ENSAYO
Por Fernando Andacht
Este ensayo debería leerse en parte como un diálogo o respuesta – un ‘signo interpretante’ si lo ubicamos en el modelo semiótico de Peirce (1839-1914) – de un texto aparecido en esta misma publicación (“Cultura hashtag, reacción en manada, y censura” ,de Aldo Mazzucchelli –CH, de aquí en más). El interpretante es un efecto de sentido que generan los signos cuando nos revelan falible y parcialmente algo de lo que el signo representa. No pretendo por ende dar cuenta de todo lo que ese texto expone y propone de modo crítico sobre la ruina progresiva y alarmante de la Ilustración, y cómo incide esa decadencia en un generalizado estado de opinión relativo a la epidemia de la Covid19, pero sí quiero entablar una cierta continuidad o desarrollo de algunas de esas ideas luminosas, para trazar el tan oculto camino de la razonabilidad.
Como forma de desarrollar estos signos que intentan dialogar con aquel ensayo, expandir su sentido de un modo que, por supuesto, no es algo seguro que sea aceptable para su autor, voy a referirme primero a un caso inaudito de supresión de libertad de expresión en la universidad canadiense donde trabajé durante casi una década. Con estupor, fui testigo de la persecución implacable que condujo no sólo al despido de un profesor titular con permanencia (‘tenure’) y una destacada trayectoria como físico, sino que continuó en un esfuerzo denodado para silenciar su voz disidente de un modo feroz. No dudaría en describir esa decisión como un castigo ejemplarizante por parte la institución que debería haber protegido su libertad de cátedra. Resumo la decisión vital de Denis Rancourt que lo llevó a esa triste situación con una frase que él pronunció en una conferencia: “Leí a Paulo Freire y decidí usar sus ideas en mis clases” (en esta página web encontrarán su historia, que está en camino de volverse un documental). Ese fue el inicio del fin. Entre otros desmanes, él decidió cambiar la escala de notas vigente en un binario ‘pasar o no pasar’, y así suprimió la escala que va de A+ hasta F. Como docente de esa institución, doy testimonio de que las calificaciones son un tremendo impedimento del aprendizaje. A partir de allí, las autoridades universitarias decidieron, entre otras medidas, espiarlo – le pagaron a una estudiante de sus clases – filmarlo para registrar sus encuentros en el campus, y hasta se llegó a interrumpir una de sus muy concurridas clases introductorias para anunciarles a los allí presentes que no se preocuparan, que la universidad iba pronto a retirar a Rancourt. Lejos de causar alivio en los asistentes, el rector de Ciencias fue abucheado y obligado a retirarse de la atestada sala.
No relataré los detalles sobre la demanda injustificada que se le hizo, además de despedirlo, a pesar de su intachable foja académica, para lo que se aprovechó una opinión vertida sobre una colega en su blog. Para ese fin, las autoridades de la U. of Ottawa no sólo convencieron a esa profesora que demandase por un millón de dólares a Rancourt, sino que contrataron a los abogados más caros de la capital (leer en su blog sobre el caso “St. Lewis v. Rancourt”). En un gesto digno del audaz David, el demandado decidió conducir su propia defensa frente al Goliath jurídico que contrató la institución. Algo que no dejaba de llamar mi atención cada vez que iba a una sesión de ese juicio, era la escasísima presencia de colegas en la corte.
Y ahora llega la justificación de este relato, el motivo por el cual lo considero un posible interpretante del texto de Mazzucchelli. Durante ese período, ocurrió un encuentro en el campus que reunió a muchos profesores de varios departamentos de la U. of Ottawa; irónicamente, como se verá, era una conferencia sobre las ideas disidentes de un grupo de intelectuales de izquierda entre quienes estaba el joven Noam Chomsky. La charla fue bien recibida, y aprovechando ese clima, no resistí la tentación de preguntar casualmente a uno de los asistentes, qué opinaba del caso Rancourt, y por qué creía que casi no concurrían colegas a su juicio – incluido mi interlocutor. Su respuesta fue tan breve como contundente, gnómica diría: “He pushed the envelope!” Es difícil pero esencial traducir esa opinión clave para este ensayo “Él fue más allá de los límites”, o coloquialmente, “¡Se le fue la mano!” Consulté varios diccionarios, y el sentido recurrente es el de transgredir algo que hasta ese momento se considera aceptable; es ir más allá de los límites convenidos. La expresión puede tener un valor positivo, cuando se la emplea como elogio para describir la audacia creativa de un artista innovador. Pero en el caso que me concierne, el comentario sobre la ruidosa ausencia de profesores del lado de Rancourt en el desigual juicio fue inequívocamente negativo. La demanda se originó porque el físico expresó en su blog una opinión crítica sobre la conducta de una docente que él consideró era objetable éticamente, pues ella aceptó servir como árbitro para su universidad en una denuncia de racismo contra ésta. La frase citada de ese colega sobre la conducta de Denis Rancourt significa que por él haber ejercido su libertad de cátedra y su libertad de expresión, Rancourt merecía todo lo que le estaba ocurriendo, el injusto despido, la demanda fomentada y sostenida por su antiguo empleador. En fin, nada parecía suficiente castigo para esas faltas, para los actos libertarios en que había incurrido quien era culpable, porque “Sobrepasó los límites (de lo correcto, consensual)”. Más que la pérdida de su trabajo, lo que impacta de este revelador proceso es la virulencia de la represalia, es como si esa universidad hubiera decretado la muerte social del disidente, un dictamen que, en su inmensa mayoría, el cuerpo académico aceptó sin más. Ese podría ser un resumen de ese ominoso caso de brutal supresión de la libertad de pensar diferente.
¿Cómo se vincula este episodio turbulento de la vida universitaria con el ensayo de Mazzucchelli sobre el silenciamiento de la disidencia? En CH se describe así el efecto de la actual concentración de los medios en feroz competencia con el periodismo ciudadano: “nada de esto contribuye al desarrollo de un sistema de pensamiento independiente en los grandes medios: estos se han vuelto el núcleo del pensamiento de manada.” Bajo la apariencia de brindar un torrente informativo, los programas televisivos locales no han hecho sino empastar, fundir el discurso de científicos, políticos y clínicos, lo que ilustra bien el diagnóstico del autor: “se ve la aparición de cierta homogeinización de agenda y discursos en los media.” Lo único que suprimiría en esa cita es el adjetivo amortiguador “cierta”. La tradicional medianía uruguaya, que analizó Real de Azúa, alcanzó un paroxismo hiperintegrador durante la actual epidemia.
Todos los que no vemos ni oímos en esos interminables y proliferantes programas informativos serían culpables, a priori, de sobrepasar los límites. ¿Para qué oír voces que aporten otras perspectivas sobre la cuarentena, el contagio en rebaño, formas alternativas de tratar social y clínicamente esta crisis? Lo importante para el proyecto enemigo de la Ilustración es conseguir achicar lo real, obtener la obediencia colectiva y unánime mediante la visibilización y la amplificación del miedo, del discurso del terror que aseguran el consenso acrítico. Traigo ahora la descripción de lo real que ofrece Peirce concebido como fruto del movimiento continuo y dialéctico al que son llamados todos los investigadores – en un sentido muy amplio de ese término – sin ningún tipo de exclusión ni preferencia:
“Lo real, entonces, es aquello en lo que, más temprano o más tarde, la información y el razonamiento habrían de resultar, y que por lo tanto es independiente de las fantasías mías y suyas. Esta concepción involucra esencialmente la noción de una COMUNIDAD, sin límites definidos y capaz de un aumento indefinido de conocimiento” (Peirce, 1868).
En varias ocasiones, el texto de Mazzucchelli con el que dialogo explica por qué ha habido una derrota del proyecto de la Ilustración atribuible en parte a la tecnología comunicacional: “La violencia de este tipo de mecanismos es violencia que se ha hecho al concepto ilustrado de individuo: un ciudadano capaz de pensar por sí mismo (…) la posibilidad misma de discutir con argumentos ha encontrado la censura desatada a nivel masivo.” Agrego que los ejemplos que presento abajo, todos ellos provenientes de programas informativos locales o de videos difundidos con fines didácticos sobre el buen manejo de la epidemia del virus SARS-Cov-2, parecen tener como finalidad central – sino explícita muy clara – el suprimir la duda para reforzar la obediencia instantánea.
Hace poco más de un siglo, el lógico Peirce describió la genuina curiosidad como un ingrediente esencial del razonamiento que procura aprender algo: “Es importante para el lector satisfacerse a sí mismo sobre cómo la duda genuina tiene siempre un origen externo, usualmente en la sorpresa” (Peirce, 1905). No dejé de asombrarme al observar con atención en los diversos (y unánimes) informativos el modo dramático con que mostraban asombro sus conductores ante hechos del todo previsibles (ej. al inicio de la emergencia sanitaria, la caída drástica en la venta de boletos, las encuestas sobre una mayor preocupación ciudadana sobre salud y economía en lugar de sobre la seguridad ciudadana, etc.). Ese despliegue histriónico de una sorpresa artificial, forzada como otros signos que comentaré luego, está destinado a anestesiar “la irritación de la duda” auténtica, mediante la reiteración de un embeleso atónito ante lo que es de Perogrullo, lo que es obvio para cualquiera, e inerte en valor informativo.
Sin acudir al abusado recurso acusatorio de una teoría conspiratoria (de los medios), creo mejor citar esta reflexión del ensayo CH, para entender qué fin podría perseguir esta clase de periodismo: “una estructura jerárquica, una fe en ‘la ciencia’ (…), y una cerrazón a cualquier opinión discrepante bajo el argumento de que queda fuera de los muros de lo seguro, de la ciudad. Disentir es agredir al semejante.” Un muy eficaz antídoto o anestesia para adormecer el impulso a disentir, a dudar, a cuestionar los signos ofrecidos por esa suerte de papilla de tres sabores casi indistinguibles que provienen de sendos canales y de sus tres unánimes pantallas informativas consiste en saturar de obviedad, en repetir una y mil veces los mismos conceptos, hasta que la atmósfera química y la semiótica se confundan.
Cuando Peirce propone lo que con justicia llamó “La Primer Regla de la Razón” (1898), él nos advierte que “para aprender uno debe desear aprender, y al desearlo no estar satisfecho con lo que uno está ya inclinado a pensar”. Es contra esta regla que atenta la letanía interminable de obviedades televisivas durante la crisis sanitaria. Esa práctica aletargadora no sólo funciona como útil relleno de alargadísimos informativos, sino que se opone al espíritu de esa suerte de grafiti que Peirce recomienda grabar en todo lugar donde se pretenda buscar la verdad, seamos o no científicos quienes lo hagamos: “No se debe obstaculizar el camino de la investigación’”. Fomentar lo que Mazzucchelli llama “el pensamiento de manada” atenta contra la generación de buenas y auténticas preguntas, bloquea el camino hacia la verdad con consecuencias letales para el pensamiento autónomo, uno que no esté regido por el temor de salirse de la manada, de ir más allá de los límites de lo pensable.
2 Naturaleza (casi) muerta en 3 escenas o el suave deleite de dejarse engullir por el virus mediático
En marzo, bastante antes de leer el texto de Mazzucchelli, como parte de un esfuerzo para no caer en el trance mediático, empecé a fotografiar y a recopilar ejemplos de la escenografía del terror que, a poco de declararse la emergencia sanitaria en el país, comenzaron a montar sus programas informativos centrales, en su fase triunfal y maratónica. Los informativos televisivos, junto a las muy numerosas variaciones creadas para prolongarlos y ramificarlos, algunas dirigidas hacia el humor, otras a la reflexión, pero todas ellas derivadas del género vedette de la televisión, resultaron innegables ganadores del momento que se vive aquí y en otras partes del mundo, desde el primer trimestre de 2020.
Estas tres viñetas o escenas pueden verse como epifanías mediáticas, pues a través suyo sale a luz algo que es tan notorio y visible que podría fácilmente pasar desapercibido. Si esta reflexión tiene algún valor, sería el de servir para trazar la cartografía del efecto mediático y político en el que se sustenta un fenómeno insólito en la humanidad de nuestro tiempo: la desmesurada visión atemorizante de un problema sanitario convertido en el mal del siglo.
Nada es más apaciblemente absorbido y asimilado indoloramente que las noticias que llegan con puntualidad ritual cada noche o cada mañana, según cuando el espectador-ciudadano elija ingerir su dosis. Desde mitad de marzo de 2020, en Uruguay, esa dosis se ha multiplicado hasta lo insalubre, porque más que nunca los medios y su buque insignia, el informativo en horario central, tienen literalmente un público cautivo. La sociedad no puede no mirar en un estado casi hipnótico ese alud de signos vociferantes y estridentes que se ha vuelto previsible, en buena medida, y por eso calmante, aún si representa escenas terroríficas. Esa avalancha que lleva el inocuo rótulo de ‘noticias’ en verdad ahora incluye un abanico de géneros que exceden el tradicional, ese que se limitaba a informarnos en base a cierto menú fijo. Desde que se declaró la emergencia sanitaria, contemplamos una oferta en la que se codean la comedia familiar lacrimógena; el melodrama también para lagrimear; las aventuras bio-políticas; el terror bio-médico, la vida sanitario-científica de cada día; y las autorizadas voces de la política.
La naturaleza muerta consiste en un despliegue de talento pictórico que reúne en una pintura objetos domésticos, frutos, caza, y donde no es raro encontrar elementos cuya función semiótica es recordarnos nuestra mortalidad. En consonancia con ese género visual, los tres momentos mediáticos memorables fueron elegidos por su patetismo, absurdo, gracia involuntaria, dulce inocencia, pero más que nada por su poder de revelar cuál es la real misión de esta comunicación masiva y arrebañadora, a saber: transformar la heterogeneidad que conforma el cuerpo social en un colectivo unánime, tan homogéneo como una densa fondue, la versión actualizada del melting pot, una masa derretida al calor del miedo causado por la saturación de imágenes terroríficas y recurrentes. Así se consigue una obediencia rayana en el servilismo, porque el ciudadano habrá renunciado no tanto a salir a caminar, sino a marchar con su propio pensamiento, a razonar de modo crítico.
Sin ejercitar la “duda genuina” esa irritación intelectual, al decir del lógico Peirce, no es posible emprender la búsqueda fructífera de la verdad. En tal caso, nos vemos obligados a recurrir a los otros tres otros modos que Peirce (1877) propone para llegar a conclusiones: a) la tenacidad, actitud que oculta toda evidencia que se oponga a nuestro esfuerzo por seguir creyendo en eso en lo que ya creíamos; b) la autoridad: sea ésta eclesiástica, gubernamental o de un especialista, confiamos en lo que llega desde lo alto; y c) el a priori: cuando elegimos creer en algo porque es más agradable, o porque estamos acostumbrados a hacerlo, por ejemplo, la tendencia a interpretar lo que presenta el informativo como la última e indiscutible palabra sobre lo real. Para acceder a la verdad, el cuarto modo propuesto por Peirce, más allá que quien la busque sea o no un científico, tiene un único camino a seguir: debe dejar que el objeto estudiado ejerza su poder sobre el que investiga. Para tal fin, se debe allanar el camino, es decir, buscar un método que se asegure de que lo real pueda ejercer sin impedimentos tal influencia en el pensamiento.
3. Escena I: bienvenidos al reinado del abominable monstruo tentacular e invasor
En el inicio fue el terror esférico con tentáculos. Todo comenzó para mí con la visión sorprendente de la materialización a toda pantalla y con estridentes colores básicos del monstruo que llegó del Oriente. Uno de los tres informativos de la televisión local, Telemundo, decidió invertir en una escenografía cuyo principal rasgo narrativo e iconográfico me remite al clásico de ciencia ficción terrorífica, Alien (1979, Ridley Scott). La referencia a ese relato fílmico de un viaje tenebroso por el espacio que es invadido por una criatura extraterrestre de insaciable voracidad no es arbitraria: sus ataques contra los tripulantes exhiben una ferocidad superlativa. La visión de su poder destructivo es particularmente aterradora cuando el ser invasor arremete contra los tripulantes de la nave espacial. Luego de adherirse a su rostro, planta una cría en ese organismo que luego brota explosivamente de su cuerpo, en un proceso que remeda un parto letal, pues destroza a su huésped involuntario durante su salida al mundo.
Todos los canales privados se esmeraron para estar a la altura, o quizás fuera mejor decir, a la visceral profundidad, de la emergencia sanitaria en clave visual de Alien. Si hubiera un premio similar al Oscar cinematográfico para la escenografía atemorizadora de la televisión local, la competencia sería reñida. Del catálogo iconográfico del terror viral difundido por los medios, que empecé a documentar a pocos días del inicio de la crisis sanitaria, describo ahora algunos de los más efectistas en su tarea de atemorizar a la población y de contrarrestar las iniciativas a pensar con calma y de modo crítico sobre lo informado.
A sólo seis días del inicio, en la enorme pantalla del estudio de Telemundo instalada como telón de fondo, detrás de presentadores e invitados del informativo, irrumpió la invasión del SARS-Cov-2 en una visión hipertrofiada y móvil. Como si cuatro décadas después de su lanzamiento cinematográfico, la reencarnación del Alien nos invadiera dando un salto ahora desde la pantalla televisiva hacia los desolados hogares (Fig.1).
A medida que pasaba el tiempo, la inyección de horror debía aumentar. Al mes exacto de iniciada la crisis, nos llegó la visión de un alto funcionario que parecía ajeno al horror sentado en su sillón de entrevistado, mientras observábamos con espanto como, detrás suyo, gigantescos seres de esferas tentaculares de un furioso rojo bermellón saturaban ominosos el espacio urbano. Las criaturas sobrevolaban amenazantes, mientras leíamos en el rótulo de la pantalla: “Uruguay logró una tasa de prevalencia baja” (Fig. 2).
Sin embargo, a pesar del apaciguador cartel, lo que prevalece es el pánico de ver nuestro mundo familiar invadido de modo imparable por esas proliferantes criaturas. Ese efecto siniestro era favorecido por el ángulo de la cámara, que consiguió que la pantalla repleta de invasores rodease a entrevistador y entrevistado. Su programa rival en Canal 10, Subrayado, no se quedó atrás. Mientras los periodistas entrevistaban al mismo funcionario del Poder Ejecutivo acodado sobre una amplia mesa, la producción del informativo exhibía en una pantalla un poco más modesta imágenes desmesuradas del virus en su salsa biológica. El cartel al pie de la pantalla irónicamente anunciaba: “Medidas del Gobierno por Coronavirus” (Fig. 3).
No inquieta poco la proximidad ominosa de la criatura al cuerpo del político invitado, a quien roza con sus tentáculos. La plenitud de esa posesión llegará un mes después. El 19 de abril de 2020, en Telemundo, sueltan a la criatura. La imagen forma parte ahora de una dinámica coreografía del Alien, que se mueve a sus anchas de un extremo al otro de la inmensa pantalla que oficia de siniestro decorado. Así, contemplamos cómo el virus procede a rodear con sus inmensos tentáculos al Ministro de Interior, en lo que parece será su fin inminente, al ser engullido por la bestia (Fig. 4).
Estas escenas conforman un dispositivo que me gustaría llamar Infantilización Progresiva e Irresistible de la Población (IPIP). Mediante esa acumulación de miedo visual, heredero de la cinematografía del terror, el IPIP consigue un efecto regresivo, anestesiador de la capacidad autónoma de pensamiento. Esta representación de una enfermedad propicia la búsqueda de figuras protectoras, heroicas, capaces de rescatarnos, sin que importe más nada. ¿Quién más apropiado para salvarnos que “los héroes de las 19.30”, como describió a los informativistas de la televisión hace tres décadas Luciano Álvarez?
Hay también momentos de humor involuntario, mezclado con el horror que causa la invasión imparable del virus. Para representar las suspendidas elecciones departamentales, el escenógrafo de Telemundo no tuvo mejor idea que entronizar – literalmente – al SARS-Cov-2 en un gran sillón (Fig. 5).
Si alguien tenía alguna duda sobre quién manda en el mundo, esa imagen grotesca de una enorme bola rojiza apoltronada allí donde debía ir el jerarca municipal la despeja. ¿Cuál es el leitmotiv de estas visiones? Allí donde un miembro del gobierno acude a calmar a la población con un informe más o menos cotidiano, la visión que emerge atrás suyo está obviamente destinada a sembrar el pánico, a contrarrestar esa tranquilidad que aportaría el mensaje verbal del funcionario. Todo parece hecho para producir lo que hace un siglo, en 1919, describió Freud como “Lo siniestro”: la coexistencia inesperada e inaudita de lo más familiar con lo más bizarro. Esa extraña combinación engendra un sentimiento aterrador, de indefensión total, como el que experimenta el lector del relato quiroguiano “El almohadón de plumas” al llegar al desenlace.
Tal vez esas visiones televisuales grotescas de un mal biológico, voraz e invencible sean el más adecuado signo icónico para visualizar una frase contradictoria: “la nueva normalidad”. Por definición, lo que es o se vive como ‘normal’ nunca puede ser ‘nuevo’. Por el contrario, lo normal es algo completamente asimilado, naturalizado, algo de lo cual es necesario olvidarse, para que la vida transcurra normalmente. Normal, por ejemplo, es caminar por la Rambla montevideana, tomar mate, compartirlo con otros, y acompañar esa bebida con bizcochos, sin asombro ni inquietud, sin audacia ni pericia. Si ese régimen de vida dejara de funcionar – como en gran medida ocurrió desde la declaración de emergencia sanitaria – muy lejos estaríamos de vivirlo como un nuevo ‘normal’ o como una ‘nueva’ normalidad. Esta desaparece por completo, y en su lugar cabría pensar que lo que se nos propone es una nueva realidad, porque se instalaría así otro mundo de la vida, donde rigen otras reglas, límites y experiencias posibles y prohibidas. La representación del virus como un monstruo llegado del espacio exterior para invadir el mundo ilustra y revela de un modo involuntario la imposible noción de una ‘nueva normalidad’, y nos arroja con brutal y explícita violencia esta otra realidad propagandeada.
4. Escena II. La pavorosa amenaza del egoísmo homicida del surfista y cómo fue conjurada
La visión de una multitud de vehículos y de abundante personal policial, de la prefectura naval, más numerosos vecinos airados era el signo más adecuado y absurdo de una suerte de barrera inútil en playas del este (Maldonado, Rocha), cuyo (des)propósito era rechazar y condenar con vehemencia y no poca violencia discursiva la osadía intolerable de surfistas haciendo uso del vasto Océano Atlántico y supuestamente poniendo en peligro a la población de esos lugares, en semana de turismo. Todo en esa escena transmitida con convergente entusiasmo por los informativos de ese otoño empecinado en seguir actuando como un verano impertinente era lo necesario para reaccionar, pensar y concluir que algo muy extraño estaba ocurriendo allí.
Tan extraño como las noticias que fueron llegando sobre la tentativa de incendiar la casa de un hombre en Punta del Diablo, quien había ido allí a pasar la cuarentena. O la crónica del seguimiento implacable de una mujer joven que con su pareja intentaba hacer lo propio en su casa en La Paloma, bajo las miradas cancerberas de vecinos, y el asalto fotográfico del mismísimo alcalde del lugar. Se quería imprimir en esa transgresora de la salubridad rochense una letra escarlata fogosa como el pecado. Había en los comentarios de los exaltados habitantes del lugar ese temible ánimo que reconocemos como el de una horda irracional y encolerizada. Ese rebaño atizado por las advertencias incesantes de esos medios de comunicación tan parlanchines y exaltadores, sólo parecía poder calmarse con la expulsión inmediata y fulminante de los invasores y sus virus ajenos, en una variante curiosa de la xenofobia local, telúrica.
Pero la epifanía no había llegado aún, lo descrito era solo el aperitivo audiovisual y furibundo de una frontera férrea contra el otro capitalino, infectado y malévolo, deseoso de traer el mal a la tierra de los puros. La revelación llegó con imágenes y palabras dichas con tono beatífico y calmo. Para sintetizarlas compuse este Nuevo Decálogo, inspirado en aquel prestigioso modelo de mandamientos:
Nuevo Decálogo del Surfista
. No surfearás de modo libertino, o mejor en general
. Si no puedes evitar el impulso surfista, entrarás al mar con barbijo
. Te lavarás las manos al entrar con la tabla al mar
. Te lavarás aún mucho más las manos al salir con la tabla del mar
. Harás declaraciones públicas en que reniegas del libre-surfismo
. Te arrepentirás siempre y en todo lugar de haber surfeado con alegría en Semana de Turismo y/o Santa
. Para compensar esa predisposición surfista verás religiosamente el informativo en toda su extensión
. Y nuevamente, luego de verlo, te lavarás las manos
. Evitarás toda ocasión de tentación de libre-surfismo, alejando la tabla de tu mente
. Recordarás la Era del Covid19 como un momento alto en la vida del surf local.
Lo que inspiró esta serie de reglas espirituales fue la visión de un video entristecedor publicado a inicios de mayo, en el cual quienes desafiaron el mar con sus intrépidas tablas voladoras habían accedido a llevar adelante una declaración de arrepentimiento público, en nombre de la Unión de Surfistas del Uruguay, como parte de una campaña de la Intendencia de Maldonado. En ese video, vemos y oímos a varios conocidos practicantes de ese deporte, vestidos de civil y cubiertos con el debido tapabocas, aleccionarnos con la voz algo empañada por ese utensilio. Ellos proceden a dar línea a sus pares para que no transgredan más el mar y aledaños con sus posibles virus, ni hagan contactos marinos o terrestres. Con una rigidez digna de haberse zambullido en almidón de solemnidad, estas figuras destacadas del surf nacional hablan monocordes y monótonos sobre la conducta apropiada para ese deporte que habría sido tan peligroso para la salud pública en aquellos días de libertinaje abrileño. Contemplarlos fue semejante a recibir el proverbial balde de agua helada: en vez de la reconfortante imagen libérrima de esos intrépidos jinetes de las olas indómitas, tenía ante mí ahora a estos tristes subordinados a la sinrazón de la buena conducta. Mi decálogo expresa la indignación experimentada antes esta sumisión forzada e indebida, que culmina con una exhortación: “a la comunidad surfera del país a Surfear Responsablemente.”
5. Escena III. La dulzura domesticadora contra-Covid19 tiene cara de niño escolar y rural
Elijo parafrasear el sabio consejo de Borges sobre el clímax de su brevísimo relato “La trama”, y afirmo: esta escena hay que verla y escucharla, no leerla. Aunque ese consejo seguramente vale para la mayoría de las epifanías mediáticas aquí reunidas, el episodio protagonizado por el niño Renzo, de solo seis años justifica que el lector acuda a YouTube y la contemple tal como ocurrió, en una nota periodística del informativo Subrayado, de Canal 10, el 30 de abril, a propósito del retorno a la escuela rural.
El título que elegí no es arbitrario. Un portal de internet que reproduce con alegría esa nota televisiva la titula“ Una entrevista que entra directo al corazón: con Renzo, de 6 años, emocionado de volver a estudiar”. Se relata allí que pidieron autorización a la periodista de Melo que realizó esa nota, y se explica el interés por reproducirla: “rápidamente entendimos que a través de esta dulzura, debíamos ampliar el lente y adentrarnos un poco en la realidad de las escuelas rurales.”
La clave de esta epifanía se ubica en el sustantivo usado, “dulzura”. Si tuviera que decidir cuál fue el momento más melodramático, edulcorado y eficaz del punto de vista publicitario de las muchísimas horas de información implacable sobre la pandemia, no dudaría en elegir éste. En lo que fue un golpe de suerte para la notera de Cerro Largo y para su informativo – hablo del hallazgo de un protagonista que difícilmente un casting profuso y costoso hubiese conseguido – el día en que despedíamos abril, a casi 50 días de iniciado el proceso comunicacional de Infantilización Progresiva e Irresistible de la Población (IPIP), se produjo su clímax persuasivo. En esa ocasión, el IPIP logró el más perfecto y dulce engarce de la voz mediática y de la voz política con la sensibilidad de la nación a domesticar. Con total espontaneidad, el niño Renzo, encaramado en sus 6 años de vida no ciudadana, se transformó en un emblema vareliano de absoluta pureza e inocencia, como puede leerse (¡pero no alcanza, véanlo y escúchenlo!) en el fragmento que ahora transcribo:
Notera de Subrayado (NS): ¿Estabas con ganas de volver a la escuela?
Niño Renzo (NR): Muchas, muchas ganas de volver a la escuela! (tono entusiasta y un barbijo azul muy bien colocado)
NS: ¿Qué extrañabas de la escuela?
NR: Extrañaba a mis amigos (pausa) extrañaba estar juntos, extrañaba mi trabajo… Porque en mi casa no me mandan mucha tarea.
NS: ¿No? ¿Cuántas tareas por día tenías?
NR: Bueno… más o menos dos (hace el gesto con la diestra, y exhibe 2 dedos)
NS: ¿Y a vos te gusta hacer muchas tareas?
NR: ¡Me encanta hacer muchas tareas! ¡Me gusta leer mucho los cuentos!
NS: ¡Qué divino! ¿Y qué le decís a los niños? Hay que cuidarse igual, ¿no?
En ese instante preciso, todo sucede como si la periodista hubiese adivinado que iba a producirse un momento de pura telegenia, un producto televisual viralizable – con perdón de la palabra – como respuesta a su pregunta carente de imaginación. Renzo empieza a decir lo previsible, lo obvio sobre el cuidado necesario, sólo que la ‘r’ de cuidarse se vuelve casi líquida, y eso hace que su mensaje sea aún más irresistible, y su efecto didáctico se vea potenciado. No obstante, el punto más alto de carisma involuntario, inocente, no planeado ocurre cuando el niño se interrumpe, recapacita, y procede a hablar del Coronavirus como si se hubiera olvidado de que no nos ha hablado de otra cosa que no sea de eso y de su prevención, desde el inicio mismo de la entrevista. Parece que ese niño supiera sin saberlo que ha vivido hasta ese momento para llegar a la cámara de Subrayado y dar ese testimonio domesticador como nadie más podría hacerlo en la televisión uruguaya:
NR: Sí, eso es verdad, hay que cuidar/lse mucho, mucho para que el Coronavirus … (hace una pausa) ¡Ah! (exclama con un tono aún más animado) ¡Estuvimos trabajando sobre el Coronavirus!
Luego de esa reflexión, las palabras salen de sus labios a borbotones, es como si hubiera tomado posesión de su cuerpo la energía del poder político-mediático del IPIP:
“Trabajamos con que teníamos que quedarnos en casa, no podíamos salir, teníamos que usar el tapabocas, no tener mucho contacto con la gente y tener precaución y la gente mayol tiene población de riesgo”.
Es tan potente el torrente de palabras que Renzo se atraganta, y se entrecorta ese flujo, ya un poco impedido por el barbijo que él tiene colocado desde el inicio de su memorable intervención. Como si aún faltaran signos de dulzura conquistadora, Renzo responde a otra intervención providencial de la periodista – “¿Y qué más? ¿Hay que lavarse bien las manos?” – con signos gestuales y verbales diseñados para arrancar suspiros maternos en todo aquel que se ubique frente a la pantalla. Él explica pero sobre todo convence de que no hay otro camino que ese que nos muestra con vigor, como el mejor propagandista que ningún poder podría soñar para domesticar a la nación entera, como lo indica de modo sincericida el título elegido por el informativo para subir ese reportaje a su página web: “Renzo, un alumno de una escuela rural que nos enseña cómo combatir al coronavirus”.
No creo exagerado mi comentario sobre lo insuperable del efecto emotivo logrado, ya que una semana después, los muy poderosos signos producidos por el niño de la Escuela Rural No. 60 La Mina de Cerro Largo atrajeron al mismísimo presidente de la república, y así lo consignó ese informativo: “Lacalle visitó la escuela de Renzo, el niño que realizó recomendaciones para combatir el coronavirus” (06.05.2020). Cautivado por el mensaje, llegó el presidente hasta ese confín a bordo de su helicóptero. Moraleja: ni el más poderoso fue capaz de sustraerse a la fascinación dulcificada de este propagandista natural de la emergencia sanitaria organizada por su gobierno.
La campaña mediático-política que cayó sobre el mundo desde el inicio de la emergencia sanitaria necesita de todos estos sabores antitéticos para maximizar su eficacia. La escena descrita bordea lo kitsch, lo cursi, pero no cae en ese pozo profundo, pues quien la protagoniza pone tal énfasis, tiene una convicción e inocencia tan grandes, que eleva su testimonio infantil al rango de un irresistible manifiesto vareliano. El deleite de hacer los deberes con túnica y moña azul incorpora de modo natural el deber mayor, el que tiene Renzo y toda la población con respecto a la epidemia. Sin parecer consciente de su magnetismo infantil, Renzo cierra la nota con un golpe de gracia “¡Chau! ¡Cuídense del Coronavirus!” nos dice, cuando se le pide que envíe “un saludo a toda la audiencia de Canal 10, de Subrayado”. Como si él ya no hubiera hecho muchísimo, como un verdadero héroe de la propaganda enternecedora y para la cual aún no se ha descubierto el antídoto. He aquí un ejemplo difícil de mejorar sobre la manipulación inexorable de los medios de comunicación para conmover y docilizar a la población del mundo entero.
6. La batalla (casi) perdida de lo dialógico
Las escenas mediáticas descritas arriba ofrecen vibrantes epifanías sobre la violencia ejercida contra el lenguaje en esa frase tersa e importada – “la nueva normalidad” – con la cual el poder político y mediático del mundo intentó blindar contra la crítica toda la operación sanitaria desplegada desde mediados de marzo. La escenografía del terror y los efectos melodramáticos y lacrimógenos, agrios o dulces, sirvieron en buena medida para dejar afuera otra realidad más compleja, una poblada con muchas más voces, y capaz de albergar visiones diversas y disidentes sobre qué hacer frente al virus.
Una víctima poco o nada mencionada en esta singular batalla librada contra la epidemia del SARS-Cov-2 es lo dialógico. El pensador que cité al comienzo, el lógico C. S. Peirce pertenece, según Ransdell, a la “tradición socrática”, porque basa su ideal de investigación en el ida y vuelta conversacional, en el diálogo, del que deriva la dialéctica. Su modelo, Sócrates, “induce una aporía o conciencia de un impasse en el pensamiento: subjetivamente, un estupor o intriga. (También) usa las energías en conflicto mantenidas en suspenso en la aporía como la motivación de la investigación” (Ransdell). Por ‘aporía’ lo que se entiende aquí es la capacidad de la razón para mantener lo que se argumenta o piensa pero al mismo tiempo contemplar la idea contraria que se defiende o que podría defender el otro.
En lugar de motivar e impulsar al numerosísimo público con el que cuentan sus programas informativos a causa de las medidas tomadas por la pandemia a pensar de modo independiente y crítico, el proceso comunicacional mediático que llamé ‘Infantilización progresiva e irresistible de la población’ paraliza y suprime esa clase de autonomía dialógica de la razón. Por el contrario, se procura convertir a quienes consumimos esas escenas televisivas en un colectivo por momentos enternecido por el melodrama, orgulloso por la épica, pero casi siempre atemorizado por la narrativa truculenta y aterradora que vehiculiza este género ampliado del informativo, en la nueva realidad. La normalidad, que nunca puede ser nueva, está alterada, desfigurada, y el eslogan que la caracteriza como ‘nueva’, sólo puede contribuir a ese empequeñecimiento del componente dialógico, sin el cual los símbolos no crecen, y en el límite ya no es posible pensar.
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