ARTE
Hablamos de un pintor nacido en San Petersburgo en 1914 y muerto trágicamente en Antibes en 1955. Es reconocido a escala internacional por la factura de su obra y por haber sabido aunar abstracción y figuración en tiempos en que ambos conceptos eran interpretados como extremadamente opuestos.
Por Fernando Loustaunau
Fruto de la revolución bolchevique, la familia del artista emigra a Polonia en 1919. Allí muere su padre y Nicolas es enviado a Bruselas junto a una de sus hermanas. Corría 1922.
En Bélgica estudiará en la Académie Royale des Beaux-Arts, emprendiendo luego un viaje que lo llevará a Argelia y Marruecos, entre otros.
En 1938 se instala en París; será discípulo de Fernand Léger. La capital francesa deja de ser apetecible por causas presumibles y se dirige a Niza donde trata a Sonia Delaunay y Robert Delaunay. Para algunos, estos reconocidos artistas lo inspirarán en medio de sus emergentes fantasías abstractas. Llegarán así tímidas «Composiciones».
En 1943 de Staël prosigue su vida en la capital francesa, no obstante la ocupación nazi y sus previsibles consecuencias.
Sin embargo, la guerra no fue óbice para que algunos de sus cuadros fueran incluidos en varias exposiciones colectivas. En 1944 la galería L’Esquisse expone por vez primera su pintura en solitario.
Aproximándose el fin de la década, la obra del artista va tomando más cuerpo, más envergadura. A su vez, sus obras aumentan de tamaño y acaso pasan a estar dotadas de una mayor transparencia que le darán un tono más insondable, profundizando su intensidad. Como buena tautología reflexiva, ya de Staël era de Staël.
En 1950 expone por vez primera en Nueva York en la galería de Leo Castelli. Y tres años después firma un contrato de exclusividad con Paul Rosemberg.
Así, de forma paulatina, el artista va dirigiendo sus pasos hacia una suerte de tímida figuración no exactamente realista. Surgen así sus mundos eclécticos, que van desde sus bodegones a las escenas que incluyen futbolistas.
En el medio de su aparente éxito, de Staël se quita la vida en Antibes, adonde había ido acompañado de una fuerte depresión escapando de la vida de las grandes urbes. Sus disquisiciones metafísicas pudieron más que cierta gloria temporal.
De Staël dejó este mundo tempranamente, pero su pintura es icónica e inconfundible. Algo que en verdad proviene de lo formal, por un grueso empasto exhibiendo trazos del pincel y de espátula. Y se proyecta en el fruto visual de modo contundente y definitivo.
Sin exagerar, se puede afirmar que parte de la producción de los últimos años, de algún modo opera de vaticinio. Sí, vaticinio de una abstracción de carácter lírico concretada tiempo después, ya sobre el final de su vida. La notable coloración de sus últimos cuadros acaso den fe de la sutil línea que tomaría gran parte de la pintura efectivizada a posteriori, sin excluir signos tan fundacionales como próximos al Pop Art. Este marco referencial que supo abrir el artista pudo haber tenido una repercusión aún mayor de no haberse inmiscuido con la tragedia íntima del artista y los fantasmas que la animaban.
La conexión uruguaya
En noviembre de 1948 en la montevideana institución llamada «Amigos del Arte» tiene lugar una muestra de Nicolas de Staël. Es una exposición individual del artista, exposición que acompaña a otras de París y de Londres, de las mismas características. Privilegio que se supo coincidir esta ciudad gracias a algunos de sus hijos atraídos por esta modernidad única que representaba de Staël.
Entre los responsables de la muestra, amén, claro, de la propia institución como tal, cabe destacar a Sarah Lussich y a la inefable Susana Soca, quien había tratado a de Staël en Francia. También Héctor Sgarbi, pintor uruguayo de dilatada residencia belga, quien había incluso trabado amistad con el artista franco-ruso en tiempos ya pretéritos. Llegaron incluso a compartir atelier.
Gabriel Peluffo Linari señala al crítico Hans Platschek. quien comentó la muestra en Montevideo, y señala que las obras «han despertado curiosidad y también desconcierto». A lo cual agrega: «La pintura de Staël no sobrepasa lo que podría llamarse un impresionismo abstracto, una fugaz sensación pictórica». GPL remite también al artista Julio Verdié, quien quedó «muy impactado» con la muestra y conocerá personalmente a de Staël en Francia poco después.
No es fácil intuir en qué medida este artista (y esta muestra en particular) pudo haber incidido en otros artistas nacionales. Lo cierto es que la exposición cumplió una función enriquecedora en la lectura de los matices, los sutiles matices de Nicolas de Staël.
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