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¿Y ahora?

 

¿Y ahora? por Hoenir Sarthou

¿Y ahora? por Hoenir Sarthou

Cerrado el larguísimo ciclo de casi dos años de campaña electoral –sólo semi interrumpido por la cuarentena- los uruguayos tenemos nuevo gobierno nacional y muy pronto nuevos gobiernos departamentales.

No sé ustedes, pero yo no voy a extrañar la publicidad, los discursos, las encuestas, ni las mil pulseadas externas e internas de todos los partidos, candidatos y coaliciones. Dos o tres años de vida no-electoral (no creo que tengamos más que eso) serán un gran alivio.

Para montevideanos y canarios, la campaña departamental parece haber tenido mucho de interna frenteamplista con miras a 2024. Sabiéndose de antemano que el Frente ganaría, todo indica que los votantes frenteamplistas eligieron, más que intendentes, futuros candidatos presidenciales. En cualquier caso, salvo circunstancias inesperadas, Cosse y Orsi, u Orsi y Cosse, quedan ya perfilados como muy posibles protagonistas para 2024. En lo personal, el mayor alivio proviene de que renace la posibilidad –sólo la posibilidad- de que hablemos de asuntos realmente importantes, que no por casualidad estuvieron ausentes durante las campañas.

En el mundo se trabaja intensamente para que haya una segunda ola de pánico. En España, por ejemplo, la disputa entre el gobierno de Madrid (que no quería nueva cuarentena) y el gobierno nacional (que sí la quería) parece decantarse hacia nuevos confinamientos zonales, en base a los resultados de los test PCR. En cambio, en otros lugares de Europa, comienzan a preguntarse públicamente si la declaración de pandemia no fue un gran “bluff”, basado en información sumamente exagerada, y si sus responsables no deberían ser investigados y tal vez enjuiciados.

Bill y Melinda Gates, George Soros, y sus socios chinos, entre tanto, experimentan con vacunas y se afanan en que la prensa que les es adicta (casi toda), los políticos que les obedecen (como Alberto Fernández y el español Pedro Sánchez), las redes sociales (que fueron sumadas a la cruzada y a ejercer la censura por las buenas o por las malas), y los científicos dependientes de sus fundaciones o de la OMS (buena cantidad y con mucha prensa) redoblen los esfuerzos por prolongar el miedo y el cierre de las sociedades, aunque los resultados de los test cada vez generen menos confianza y las cifras de muertes (aun en el hipotético caso de que fueran por Covid) no sostienen la versión de una “segunda ola”.

Los Gates y Soros, y sus socios, están ganando mucho dinero y han logrado mucho poder desde que se declaró la pandemia, y esperan ganar y lograr mucho más antes de que esto termine. Cabe preguntarse hasta cuándo piensan prolongarlo. Se sabe que las elecciones estadounidenses, es decir la esperanza de una derrota de Trump, son un factor importante (el conflicto de intereses y la pésima relación de Soros y Gates con Trump son notorios), pero también está en juego el avance global del poderío chino (en conflicto con los EEU de Trump), el proyecto de vacunación universal y seguramente otros factores que no podemos conocer.

Lo cierto es que, contra toda lógica y contra los datos de la realidad, pese a que cada vez son más las voces científicas independientes que se rebelan y hablan, se insiste política, académica y mediáticamente en presentar a la pandemia como un aterrador enemigo que avanza y al que hay que enfrentar a costa de aislamiento, control social, recorte de libertades, represión, desempleo, miseria, reducción de la atención médica y de la educación.

Claro, no para todos. Porque China y el sistema financiero (del que Soros es un hábil personero) se están adueñando del mundo, la industria farmacéutica dicta las normas y recibe sumas enormes para desarrollar vacunas, y las grandes corporaciones de la comunicación se expanden y están ganando fortunas. Para ellos, el fin de la pandemia sería una mala noticia, y la “nueva normalidad”, prolongada hasta el infinito, verdadera música celestial.

En Uruguay, aunque el gobierno ha gestionado el miedo pandémico con más sensatez que en otros países, no podemos ser ajenos al fenómeno mundial. Entre otras cosas porque eso no está permitido, y menos para gobiernos de países poco poderosos.

Desde hace un tiempo, tengo la impresión de que mucha gente, incluidos los gobernantes y muchos opositores, no creen íntimamente en la pandemia. Mantienen las formas, se adaptan al nuevo ritual de tapabocas y codazos salutatorios, bajan la voz y usan tono reverencial para hablar de “emergencia sanitaria”, pero en el fondo no se la creen. Basta ver algunos actos pre electorales para convencerse. Es lógico, porque las cifras del Uruguay desmienten el pánico global. Y no me hablen de que es “porque nos cuidamos”, porque en Argentina están encerrados desde hace siete meses y se supone que mueren por miles. A propósito, ¿cuántos argentinos conocen que hayan muerto por coronavirus? Es raro, ¿no? Ningún político, ninguna estrella de cine o TV, ningún futbolista. Todos los muertos son anónimos. En fin, caprichos de los virus…

El problema es que, más allá de ese sano pero secreto escepticismo que parecen tener las cúpulas partidarias uruguayas, hay otra gente que se la cree. Y eso saca de ellos lo peor. En estos días hemos visto sancionar a una exposición rural y denostar a una manifestación por la diversidad sexual, y a una gurisa ser agredida y arrestada en un ómnibus por no llevar tapabocas. Es sabido, siempre hay quienes están dispuestos a ser más realistas que el rey.

Más preocupante aún es cuando los que se la creen, o fingen creérsela, son diputados y votan un proyecto de ley que convierte en delito la simple transgresión de normas sanitarias, aunque eso no apareje ningún perjuicio. Hablo del proyecto de reforma del artículo 224 del Código Penal. Un proyecto inconstitucional y autoritario que no tiene aun aprobación del Senado. Y que no debería tenerla si el Presidente va a  mantenerse coherente con la que ha sido su actitud hasta ahora. Porque para mucha gente sería imposible vivir y trabajar si tuviera que atenerse a las disparatadas medidas sanitarias que podrían imponerse si se hace caso a las presiones internacionales y a los reclamos de los más realistas que el rey.

Para terminar, otro tema silenciado durante la campaña. El proyecto UPM2 sigue su curso, endeudándonos, afectando agua y tierra, sin pagar impuestos ni compartir utilidades, con un tren y un río de uso preferencial, con la seguridad de que nos venderá muy cara una energía eléctrica que le sobra y que no necesitamos, con derecho a meterse hasta en la enseñanza, con la garantía de que ninguna ley que afecte sus privilegios podrá dictarse durante cincuenta años y de que cualquier conflicto suyo con el Estado uruguayo será resuelto por el Banco Mundial.

Si el nuevo nombre de la globalización es “pandemia”, su expresión más tangible en Uruguay es UPM2. Un proyecto cuyos privilegios son tales que ni siquiera se le aplicó la recomendación de encierro y la suspensión sanitaria de actividades en marzo de este año. Porque, se sabe, la pandemia tiene hijos y entenados.

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